Seviche, Inca Kola y algo más
Hoy después de mucho tiempo es un domingo donde nada está planificado, por lo tanto el almuerzo tampoco. Entonces decido salir a almorzar fuera de casa. Un restaurante de comida peruana es el elegido. Muchas caras nuevas y pocas conocidas. El saludo de rigor y las preguntas de dónde andabas, qué te pasó, ya no vienes y una larga lista de etcéteras. Hay una gran variedad de potajes y bebidas en el menú, un poco más desde la última vez que vine.
Hace dieciséis años, no existían los restaurantes de comida peruana en el Japón (al menos en esta parte del país). La vida era mucho más dura de lo que imaginamos, aunque a decir verdad, jamás lo imaginé. Largas jornadas de trabajo en las fábricas (entre diez, doce, catorce horas diarias). Muchos cambiamos el saco y la corbata por los guantes y el uniforme. Entonces era fácil refugiarse en la nostalgia, el ayer que nos permitía acomodar el presente. Ese ayer que comenzó en la escalinata del avión que nos trajo. Y una de las maneras era preparando "un seviche" (el INC sugiere escribirlo con "s" y con "v"). Pero con los ingredientes que se encontraban en el supermercado japonés, lo único que se conseguía era aumentar más nuestra nostalgia "no hay como el seviche de allá" era la frase común. Pero con el tiempo nos inventamos y nos reinventamos el sabor. Al final, nos fuimos acostumbrando.
Ahora, se puede decir que comemos un mejor seviche que antaño, con "ajíes, limones y cebollas que algunos empresarios traen desde el Perú", según dicen los dueños de los locales. Entre el primer seviche degustado hace dieciséis años y el último hace algunos meses atrás, han aparecido, desaparecido -y he visitado- muchos restaurantes. Y así como hoy, hay algo que no ha cambiado y que creo permanecerá en la mesa de muchos peruanos, el infaltable e insustituible seviche. La Cristal, la Pilsen y la Cuzqueña han sido reemplazadas en muchos casos por una Kirin, una Asahi o una Sapporo (cervezas locales). Y la que no falta tampoco, es aquella bebida color orina, de sabor a goma de mascar, de la que hay solo una y no se parece a ninguna, la bebida nacional que daba la hora en todo el Perú, (no sé si hasta ahora, pero se escuchaba en casi todas las emisoras radiales), la que era (es) un buen complemento para todo tipo de comida, incluído el chifa, esa que tenía un contrato de exclusividad en el Perú con una cadena mundial de hamburguesas, la que le ganó en ventas y preferencias a la Coca Cola, quien no tuvo más remedio que abrir la billetera y comprarla. Si pues, esa misma, la Inca Kola.
Y aquí aparece algo curioso, la oferta de la chicha morada, ya no la del sobre, sino preparada ahí mismo, con el maíz importado del Perú. Se vende en jarras en algunos lados y en otros en botellas, esas descartables de litro y medio o dos, con tapa rosca. Y por supuesto más barata que la bebida de sabor nacional. Lo que ha significado que la Inca Kola tenga que compartir la mesa.
Así confirmamos y reafirmamos nuestra peruanidad, aunque todos los días siguientes sigamos comiendo la comida japonesa que sirven en el trabajo y tomando una lata de Coca Cola durante los breves descansos.
Kike Saiki
Hace dieciséis años, no existían los restaurantes de comida peruana en el Japón (al menos en esta parte del país). La vida era mucho más dura de lo que imaginamos, aunque a decir verdad, jamás lo imaginé. Largas jornadas de trabajo en las fábricas (entre diez, doce, catorce horas diarias). Muchos cambiamos el saco y la corbata por los guantes y el uniforme. Entonces era fácil refugiarse en la nostalgia, el ayer que nos permitía acomodar el presente. Ese ayer que comenzó en la escalinata del avión que nos trajo. Y una de las maneras era preparando "un seviche" (el INC sugiere escribirlo con "s" y con "v"). Pero con los ingredientes que se encontraban en el supermercado japonés, lo único que se conseguía era aumentar más nuestra nostalgia "no hay como el seviche de allá" era la frase común. Pero con el tiempo nos inventamos y nos reinventamos el sabor. Al final, nos fuimos acostumbrando.
Ahora, se puede decir que comemos un mejor seviche que antaño, con "ajíes, limones y cebollas que algunos empresarios traen desde el Perú", según dicen los dueños de los locales. Entre el primer seviche degustado hace dieciséis años y el último hace algunos meses atrás, han aparecido, desaparecido -y he visitado- muchos restaurantes. Y así como hoy, hay algo que no ha cambiado y que creo permanecerá en la mesa de muchos peruanos, el infaltable e insustituible seviche. La Cristal, la Pilsen y la Cuzqueña han sido reemplazadas en muchos casos por una Kirin, una Asahi o una Sapporo (cervezas locales). Y la que no falta tampoco, es aquella bebida color orina, de sabor a goma de mascar, de la que hay solo una y no se parece a ninguna, la bebida nacional que daba la hora en todo el Perú, (no sé si hasta ahora, pero se escuchaba en casi todas las emisoras radiales), la que era (es) un buen complemento para todo tipo de comida, incluído el chifa, esa que tenía un contrato de exclusividad en el Perú con una cadena mundial de hamburguesas, la que le ganó en ventas y preferencias a la Coca Cola, quien no tuvo más remedio que abrir la billetera y comprarla. Si pues, esa misma, la Inca Kola.
Y aquí aparece algo curioso, la oferta de la chicha morada, ya no la del sobre, sino preparada ahí mismo, con el maíz importado del Perú. Se vende en jarras en algunos lados y en otros en botellas, esas descartables de litro y medio o dos, con tapa rosca. Y por supuesto más barata que la bebida de sabor nacional. Lo que ha significado que la Inca Kola tenga que compartir la mesa.
Así confirmamos y reafirmamos nuestra peruanidad, aunque todos los días siguientes sigamos comiendo la comida japonesa que sirven en el trabajo y tomando una lata de Coca Cola durante los breves descansos.
Kike Saiki
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